domingo, 9 de octubre de 2011

Ojos que ven, corazón que siente...

Salió el sol, abriste las ventanas. Abriste las ventanas, salió el sol. Todavía me cuesta recordar exactamente qué sucedió primero. Entró el sol sin pedir permiso alguno, y logré ver tus ojos brillando. Ese brillo que suele enceguecerme intermitentemente, esos ojos abiertos de par en par que cambian con el clima y también logró ver qué cambian cuando nos miramos. En ese momento, cuando nos miramos, parece que Dios existe como si se hiciera presente.
Me das luz, eres luz, eres sol, eres brillante como las estrellas en las noches, eres tal como las noches caminando por la calle Corrientes. Me das luz, me das aire y por causa y efecto me das felicidad.
En este momento soy consciente de que ahora puedo ver las cosas claras, claras como las aguas de ese mar del caribe. A tu lado aprendí a escuchar, a tener paciencia, a disfrutar del silencio y percibir tu respirar lento y enérgico que me brinda tanta paz, más de la que imaginas.
Gracias por estar del mismo lado del mundo, en la misma década y en el mismo espacio. Aprendimos a correspondernos y si no nos corresponderíamos cruzaría el desierto del Sahara para encontrarte y demostrarte que esta vez vale la pena. Que las penas se curan, que el amor puede ser más real de lo que imaginaste. Que nuestras manos próximas dan las fuerzas suficientes para hacer más chicas las penas y para encender las chispas de la alegría acá y en el mismo más allá.
Abrazarte queda chico para demostrarte la fuerza que haría para cuidarte, para que nada más te haga daño. Te quiero y no alcanzan los patrones terrestres para medirlo de alguna forma. No alcanzan ni las palabras, pero prometo que a cada mínimo instante vas a poder percibirlo.