martes, 21 de mayo de 2013

Aquí y ahora...

A la hora de la siesta, es la hora en que el sol juega a las escondidas con las copas de los árboles que veo desde el ventanal del balcón. En ese preciso instante las veredas se alborotan de gente que pasea con el desenfado de un sábado otoñal. Un café, un teatro, un cine, esperan al gentío. Miro desde la ventana espiando los signos de una tarde que ya comenzó e imaginando los destinos de los transeúntes. Abro las ventanas de la habitación y las dejo entreabiertas. Las cortinas flamean hacia afuera como si quisieran salir a la calle a disfrutar de la tarde.
La pava hierve alborotada. Entonces, descalza y en puntillas, corro a la cocina a sabiendas de que volveré al balcón para absorber las últimas gotas de sol y que por causa y efecto el agua se enfriará.
El sol termina su paseo por el balcón y finalmente preparo el té.
Té de arándanos y libro en mano, me siento en el sillón de la sala con la intención de leer. Y ahí aparecés vos, caminando sigiloso hasta mi lado. Me mirás sonriendo y te devuelvo la mirada, lentes de por medio. En un abrir y cerrar de ojos estás acurrucado en mi falda. Sigo leyendo como quien sigue respirando.
Suspiro y alzo la mirada al hogar que está encendido. Me concentro en cada llama y sonrío. Para entonces las hormonas del bienestar invaden mi sangre. Para entonces me doy cuenta de que ese momento no lo voy a olvidar. Siento que toda la escena conforma un instante y a la vez una eternidad. Un instante, una sensación envolvente que se resume en alegría, una pequeña y cotidiana escena, una sonrisa espontánea... A mi parecer: muy parecido a sentir la dicha del aquí y ahora.