sábado, 21 de septiembre de 2013

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Inmunidad cero...

Son exactamente las cinco y doce de la tarde. Estoy a una cuadra de la esquina donde me espera. Retrasada unos minutos de la hora pactada. El subte y los tacones contribuyeron a mi esperable y no elegante impuntualidad.
Ya lo veo entre la gente y apuro el paso. El clac-clac de las suelas de mis zapatos se acelera. Me gusta cuando camino hacia él haciéndome la distraída, a sabiendas de que me está mirando. A metros de alcanzarlo, subo la mirada. Ese instante antes del encuentro de los cuerpos, puedo ver como sus pómulos se levantan, sus ojos se achinan y sus labios se separan sonriendo. Disfruto de su sonrisa grande y rosada mientras sostenemos las miradas.
La adrenalina recorre mi sangre y ahí estamos una vez más. Y es sólo reencontrarnos en ese beso, con la geometría particular que forman sus labios y los míos. Aceleración cardíaca, contracción pilosa y aumento de temperatura corporal basal. Así, sin más nos abrazamos. Abrazo, sweater mediante, las pecas desteñidas de sus hombros. Y ahí, justo en ese instante de nuestros pechos cercanos: la evidencia. La evidencia de mi inmunidad cero a su presencia cercana. Muchos dicen que mi padecimiento se nota de lejos. Dicen que hace unas semanas un haz de luz invadió el ángulo recto entre mis pómulos y mis ojos; que la sonrisa me sale por cada poro; y que el sujeto de las pecas desteñidas sería el culpable de mis síntomas.